El domingo pasado, estaba sentada esperando a unos amigos en una terraza de la plaza de mi ciudad, tomando el sol primaveral de primera hora de la tarde, dejando volar las preocupaciones y liberando mi cabeza de todo pensamiento que no fuera esa calidez tan codiciada, cuando apareció el camarero, que carraspeando me sacó de mi ensoñación, para preguntarme si quería tomar algo.
Ni corta, ni perezosa y sin esperar a mis acompañantes pedí una botella de espumoso, cava a ser posible, "sorpréndeme", le dije y vaya si lo hizo.
Había oído hablar del Anna de Codorniu Blanc de Blancs hacía pocos días, así que cuando se acercó el camarero con una enfriadera transparente perlada de gotas, llena de grandes cubitos de hielo flotando en agua helada y dentro, esa elegante botella, completamente blanca, adornada de delicados ribetes dorados y culminada con el elegante tapón típico de los espumosos, inmediatamente se me despertó la sed.
Adoro beber en copas aflautadas, de cristal fino y tallo muy largo y me agradó mucho comprobar que el camarero trajo ese tipo de copas. La verdad es que puestos a beber espumoso, debe hacerse en una copa que dignifique su contenido.
Desenrosqué despacio el alambre que abrazaba la botella mientras con la otra mano notaba el frescor con el que el vino contagiaba al vidrio que lo contenía. Justo al terminar de hacerlo, el corcho salió disparado provocándome una sonrisa y mientras volcaba el vino en la copa, embelesada por su brillante color dorado pálido con reflejos irisados y sus finos hilos de burbujas, escuche las risas de mis amigos, que llegaban en ese preciso instante bromeando.
A lo largo de aquella tarde tibia que era casi verano, nos contamos nuestra semana, mientras disfrutamos del espléndido aroma que emanaba del vino, que resultó ser muy suave al paladar y profundamente refrescante. Y mientras hablábamos de cosas sin importancia y brindábamos, se nos agotó la botella y la tarde.
Yo siempre digo en mis catas que, tu vino preferido, no tiene porqué ser el vino que más te haya gustado en la vida, sino el que te traslade con un solo sorbo a un momento de felicidad pura y sencilla.
Creo que por mucho tiempo, mi vino preferido va a ser Anna de Codorniu Blanc de Blancs.
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